Usted destaca conductas ciudadanas nocivas y costumbres bárbaras como la violencia diaria, el ruido, la discriminación o la sumisión de los encuerados ante Spencer Tunick. ¿Cómo es posible que con todo esto la sociedad mexicana haya podido sobrevivir?
GS: Supongo que somos una especie con una enorme capacidad de adaptación al medio. Últimamente también estamos demostrando nuestra capacidad de adaptación al miedo. Un pueblo que considera nutritiva, saludable y hasta sabrosa la torta de papel de estraza es capaz de todo. Padecemos formas de violencia criminal espeluznantes y ponemos el grito en el cielo, pero al mismo tiempo, en el 60 por ciento de los hogares mexicanos, tratamos de romper el récord Guiness de mujeres y niños golpeados. Vivimos en un país en el que las mamás duermen a los niños cantándoles “Tirolotiro mató a su mujer con un cuchillito del tamaño de él”, y los charros se refieren a su novia como la chancla antes de aventarla al suelo. Las recientes cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos sobre prácticas violentas en las secundarias del mundo, entre las que México se ganó el primer lugar, le auguran un futuro promisorio a la violencia. Desde luego, en aras de la objetividad —y antes de que lo que acabo de decir parezca crítica y alguien me pregunte que por qué no me largo a otro país—, también es necesario decir que somos solidarios, dicharacheros y bonachones. Por otro lado, lo de las conductas ciudadanas nocivas, que conste, fue cosa de Marcelo Ebrard, que convocó a su pueblo a detectarlas, como narra el libro. Yo participé en la detección de conductas nocivas porque soy un ciudadano obediente.